Un fantasma de carne y hueso
Tras un 2019 espectacular para el negocio ganadero, aparecen gruesos nubarrones en el horizonte. Por cuestiones externas y de política doméstica.
Fue sin duda una gran noticia para el sector agroindustrial. Y también para el conjunto de la economía, por lo que significan las proteínas animales en materia de empleo y actividad en los conurbanos y en el interior. Pero en particular, remarcó la posibilidad de incrementar el flujo de divisas.
Hasta hace pocos años la meta era llegar a embarques por 1.000 millones de dólares. Ahora prácticamente cuadruplicamos esa cifra. Esto provocó una gran expectativa, aún a pesar del clima político.
La vuelta de tuerca en las retenciones a los granos generó un ambiente de mucho malestar y temor, al igual que la amenaza de un fuerte aumento del inmobiliario rural en la provincia de Buenos Aires. Pero todos percibieron que la ganadería quedaría mejor posicionada que la agricultura, y que posiblemente mejoraría la relación de precios entre granos y carne.
Sin embargo, ahora aparecen gruesos nubarrones en el horizonte. Lo más grave está ocurriendo con el mercado chino, que fue el que motorizó el altísimo nivel de exportaciones del año pasado. China se llevó el 70% del volumen exportado. Pero hacia fines de noviembre, los compradores chinos se retiraron del mercado.
No fue todo: en este momento hay más de mil contenedores navegando rumbo a los puertos de la República Popular. Y cundió la alarma, porque comenzaron a cancelarse o renegociarse los contratos. Hay 450 millones de dólares flotando en el mar con destino incierto.
Fuentes de la industria aseguran que las operaciones pactadas a 6.800 dólares la tonelada están volviendo para atrás. Los compradores quieren quitas fuertes, apuntando a menos de 5.000 dólares la tonelada. No es fácil redireccionar esos embarques hacia otros puertos, así que en la mayor parte de los casos no queda más remedio que renegociar los contratos.
El acuerdo que acaban de cerrar China y Estados Unidos (la “fase 1”, que sin duda fue bien recibida por los mercados globales porque quitaría incertidumbre al comercio), puede ser una de las razones que llevaron a los compradores chinos a sentarse y esperar, para finalmente imponer este “reperfilamiento” de los precios de la carne.
Esto no solo ocasiona una pérdida económica, sino un serio problema administrativo: deben liquidar la cantidad de dólares consignada en la operación original, que no es la que efectivamente cobrarán. Hubo en estos días una reunión con la titular de la AFIP/Aduana, Mercedes Marcó del Pont, quien se habría comprometido a considerar el asunto.
A esto hay que sumarle la amenaza de algunas viejas cuitas del sector. Está causando mucho ruido la reaparición de un operador de carnes muy conocido en la época de Guillermo Moreno, el ex secretario de Comercio de la administración CFK. Se trata del polémico Ricardo Bruzzese, artífice del fallido programa “Carne para Todos”, quien propuso ahora que los ganaderos donen 100 pesos por novillo cargado a frigorífico como contribución solidaria. “Voluntaria”, dice, pero agrega que van a anotar a los que no donen.
Nadie sabe si el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, y sus pares de Agricultura (Luis Basterra) y de Desarrollo Productivo (Matías Kulfas) han participado de la iniciativa, o si alguna otra área del gobierno está involucrada, ya que no hay resolución oficial alguna.
Lo que sí se sabe es que difícilmente la iniciativa sea aceptada por los productores, en estado de asamblea y con la dirigencia apretada por las bases.
Frente a este panorama, Bruzzese, que tiene una pelea interna en la Cámara de la Industria Frigorífica (Cadif, cuya representación se arroga), presiona para que los frigoríficos exportadores se hagan cargo de este “aporte solidario”. Los del consorcio ABC, que aglutina a la mayor parte de los exportadores, están sosteniendo un programa de abastecimiento de 1.250.000 kilogramos por mes a los principales supermercados. Y aducen que no tienen garantía alguna de que con el mecanismo propuesto por Bruzzese –que apunta a la misma cantidad a entregarse en carnicerías elegidas por él — los descuentos lleguen a los consumidores. No hay auditoría posible, y la sensación es que el aporte solidario se podría convertir en un negocio en nombre de los necesitados. Ya sabemos en qué terminan estas jugadas.
Una propuesta más plausible sería aprovechar la tarjeta social de Daniel Arroyo para comprar cortes baratos en el circuito formal. Y así disipar la sombra ominosa de un fantasma de carne y hueso que vuelve a posarse sobre las pampas.
via Clarin – Héctor Huergo